¡¡VEN, SEÑOR!!
Señor, ¿qué buscas en mi pecho,
si el alba la cubrí de lodo?
Tu rastro, que signaba todo,
en ruinas lo dejé deshecho.
¿Quién, Señor, borró de mi frente
aquel resplandor de tu Cara
que al espejo del agua clara
prestó cristal más transparente?
Qué bellas fueron mis pisadas
cuando la gracia florecía,
en las alas del nuevo día
que robó luz en tus miradas.
Cuán presto sabía tu estancia
y la sombra de tu Figura,
pues una sutil hermosura
me guiaba con su fragancia.
Pero ¿pasaste por mis huertos,
con tus claros ojos en gracia
para que la flor fuese lacia
y los frutos nacieran muertos?
¡No, Señor!, vuelvan tus caminos
con hermosura siempre nueva
y su señal mi amor remueva
para seguir tus pies divinos.
¡Ven, Señor!, con secreto viento
tu Espíritu mueva mis ramas,
y con brisas bese las llamas
la paz divina de tu aliento.
Surjan incendios en mi pecho,
que quemen los frutos de muerte.
Tu libertad me ate tan fuerte
que sea tuyo por derecho.
Así, Señor, tu voz me fuera
—con la belleza por misiva—
lleno de perdón mientras viva,
lleno de gracia cuando muera.
Sinatua: E. de Urkiaga Lauaxeta
Espetxea: Karmeldarrak. Gasteiz 1937-6-2
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