Leyre
No sé si fue el azote de un hado matinal o la estrella señalada en el firmamento, lo que fundió dos ríos en una corriente abrasada por tierras escabrosas, o si fue por tus ojos de miel y hierba casta, peinados de azabache y por tu sonrisa de aurora, de Abril y flor.
Tantos meses y aún tu cuerpo se moja en el rocío del alba, aún su fulgor se cuela por ti para perderse en las pupilas que, diosas de la mañana, me penetran y abrasan mi mayor misterio, lo sacuden con dolor ardiente, consumiéndolo y encendiendo en 41 el temor de una pasión.
Volvamos al principio, pero !ay!, el tiempo de espada mató la vida de un invierno nuevo y de un estío hecho del eco de tu voz, de sonrisas frente al sillón de mis desvelos y de la sombra madura de tu juventud.
Las tardes infinitas pierden su calor, y tan sólo desprenden la llama final de mil horas consumidas en libros y cigarrillos de humo denso y pausado que distanciaban nuestras palabras en el sabor agridulce de una tarde que moría a nuestro ritmo; y cuántas veces me pregunté por qué el crepúsculo que acariciaba mi involuntad y el fuego en el que se desvanecía tu mirada, no serían de un mismo color.
La noche entraba perezosa y tierna y me arropaba con la última confesión y los dardos romos de tu voz empapada en almíbar. Sumergidas en una liturgia, cuando creí que el silencio nos fundía en el ocaso, empañaste el cristal de manchas sonoras, quebrando el murmullo dorado. Salió del cielo una estrella !de tan ardiente resplandor! ; el astro clavó sus rayos sobre una piel que se estremecía y en mi pecho brotó la sorda melodía que nunca pudiste oír. Voy a subir allí, dije, pero tus ojos no acertaron a fijarse en el lucero inalterable.
Aquella mañana supe quién te había creado. Eras de las espigas silvestres, el trigo aristado y el arroyo claro y, en la unión del agua, la tierra te había engendrado. El viento te dio el alma y tu piel se hizo de escarcha y de los primeros rayos del sol que siempre fue. El canto del arroyo fue tu canción, y tu cuerpo se pintó del color de una tierra húmeda cuyo aroma embriagaría tus noches solitarias y claras.
Quizá por eso lo supe aquel día. Y quizá porque lo supe comprendí por qué el crepúsculo no cegaría la luz de tus ojos.
Entre fantasmas sonoros de misterios y la dulzura tenue del anochecer, busqué la mano confortante y la palabra cálida y hoy, que conozco las voces de tus ojos y el sonido de tu risa, hoy mis manos se arrastran hasta ti, aferra das a viejos detalles y luchando contra sombras que buscan huir para no nacer en carne alguna. Y sé que no me cuento la verdad, pero la estrella me llama me llama, y mi última palabra se ahoga, y tus ojos siguen clavados a la tierra, y ya no sé si te persiguen tus primeros años o si has aprendido a llorar después de vieja.
El tiempo sacude las horas y es tarde ya. Recojo los últimos papeles, que no sabría quemar, y uno dos escucho pasos tan acompasados que me asustan. Espectros vagos y fantásticos entorpecen mi camino y aquellos sonidos roncos que golpearon nuestros cristales, tintinean sobre los árboles, torturando el silencio. La ciudad ha bebido la niebla encantada y me despereza tiernamente, desentumeciendo mis manos fatigadas y mi andar pausado.
Tantos meses... (están cayendo las primeras gotas de lluvia) .Tantos meses..., y aún saborea aquellas perlas húmedas sobre mis labios. Tantos meses.., y aún no sé si fue por tu sonrisa de miel y hierba casta o por tus ojos de Abril y flor.
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