Hacer hoy la crítica de un libro o de una colección de canciones vascas es incurrir, las más de las veces en una resobada redundancia. El vasco, que, hasta hace pocas centurias, "no tuvo otro vehiculo para transmitir su pensamiento que el canto, el grito y la palabra", ha caido, en estos últimos tiempos, en el exceso opuesto y su grafomanía no conoce limites. Se elogia nuestra lengua generalmente por quienes no la hablan y con la audacia que inspira toda nueva disciplina disciplina nueva sobre materia vieja se entra a saco en nuestro tan decantado folklore.
Hora es de que cese esta literatura ditirámbica e inconsistente, para dar paso a estudios serios, ponderados, basados en la observación objetiva de nuestro acervo cultural. Modelos de tales estudios no faltan, y, en el campo del folklore musical, menos que en ningun otro. Después de coleccionadores y musicos "artifices"los denomina el autor con certero tino de la talla de Azkue y P. Donostia, contamos con musicólogos y tratadistas de tan solida preparación como Uruñuela, P. Madina y ahora el propio P. de Riezu, delicado artista, que, como prenda de hoy y promesa de mañana, nos presenta esta selecta antología musical tan felizmente intitulada: "Flor de canciones populares vascas".
La obra, primorosamente presentada por la Editorial Vasca "Ekin", contiene cien aires populares, la mayoría para canto, escogidas con seguro tacto entre lo más genuino y característico del tesoro musixcal vernáculo. Y la calidad corre parejas con la variedad: canciones amorosas, cuneras, baquicas y sarondas, cánticos, romances, elegías y baladas, alboradas, rondas, epitalamios y endechas... en una palabra, toda la floración de la musa popular. La notación, clara y nítida, se mantiene constantemente en el ambitus o tesitura propias de las voces corrientes detalle éste no siempre observado en las impresiones de música popular y cada una de las canciones va precedida de indicaciones precisas acerca del colector. región donde la melodía ha sido recogida, texto, fecha y en un buen número de ellas, el nombre del autor que ha realizado la armonización para piano.
Tratándose de música vasca, no podían faltar en la colección algunos especimenes de zortziko, seguidos de los inevitables y para buen número de gentes, inaceptables comentarios. Nosotros aprobamos sin reservas los unos y los otros. Y no es de hoy este nuestro criterio. En libros, artículos y conferencias, hemos señalado el error, el difundido error de considerar al zortziko el de ritmo irregular y agitado, "el de la execrable semicorchea con puntillos", según la gráfica expresión de Rodney A. Gallop como la manifestación más representativa y genuina de nuestra música racial. Tal aberración tuvo su origen en la época de fervor fuerista, hace setenta u ochenta años, y se extendió como artículo de fe por todos los ámbitos del país vasco e incluso del extranjero.
Pero su predicamento fué de corta duración. Una reacción saludable, basada en el estudio objetivo y sereno se manifestó a principios del presente siglo entre los musicólogos vascos. Y esto no fué todo. Como agudamente señala el P. Madina, "lo que más ha atentado contra el zortziko aunque parezca paradójico es el mismo zortziko. Un diluvio de romanzas, verdaderas habaneras disfrazadas de zortzikos inundó al país vasco en las postrimerías del siglo pasado y acaparó la admiración de muchísimos vascos y no vascos. Demasiado tiempo duró el confusionismo o trastrueque de valores. Aun hoy cuesta no poco trabajo corregir ese desvío, logrando que el pueblo restituya los zortzikos auténticos a su puesto de honor y desdeñe los espúreos".
En la colección del P. Rieuz, figuran cinco de estos espécimen de los antiguos, de los de legítima estirpe. De éstos, tres los atribuye al país vasco-francés. Y es aquí, sobre el origen de estos zortzikos, donde por primera vez podríamos disentir con el autor. Indudablemente debemos dar crédito a los colectores y reconocer que esos ejemplares de 5/8 han sido recogidos en la vertiente norte del Pirineo. Son como verdaderas flores exóticas. Tan exóticas, que cuesta creer que hayan nacido en aquella tierra.
En los nueve largos años que ha vivido y convivido con nuestros hermanos de Ultrapuertos, jamás me ha sido dado oir de boca de ellos el tan cacareado ritmo de zortziko. Diremos más: en mis conferencias sobre la música vernácula vocal y coreográficamente ilustradas de Bayona, Saint-Palais, Mauleon y en la reciente de la Sorbona de Paris, hubimos de recurrir a cantores del sur del Pirineo para conseguir que la contextura melódica de los cantos en 5/8 no sufriese alteración. El mismo "Gernikako Arbola"se convierte en aquellas comarcas con gran alborozo nuestro en un reposado y fluído 6/8. Otro tanto podría decirse de la delicadísima "Nere amak baleki"y de la mayoría de las composiciones del género. A este respecto, podría sentarse casi como axioma lo siguiente: un aire para canto decimos para canto de la mensuración señalada, si tiene un carácter tierno, sentimental y aún épico, se convertirá a poco que el intérprete le infunda la adecuada expresión en manifiesto 6/8. La demostración de ese aserto que sera tanto como abrir el debate sobre tema tan asenderado nos llevaría probablemente lejos: lejos, sobre todo, del propósito que nos hemos impuesto al trazar esta recesión.
Bastenos agregar a lo dicho que de las mil y una canciones que recogió Azkue, sólo 55 ofrecen el compás de 5/8. De estas, nada más que 4 las atribuía a la zona de Ultrapuestos: una a Laburdi, una a Zuberoa y dos a Benavarra. De ellas, tanto como de las tres que figuran en el remillete del P. Riezu, podría afirmarse, con el P. Madina, que son "de casi segura procedencia guipuzcoana o bizcaina".
Después de esta digresión, podemos señalar que lo más interesante del texto de "Flor de canciones populares vascas"son las notas que figuran al final de cada canción, así como la enjudiosa introducción que contiene: un estudio sobre el cancinero vasco y sus artífices; varias observacines de alto valor lingüístico y folklórico; un capítulo consagrado a la ortografía vasca; un nutrido elenco bibliográfico y, para terminar, unas muy atinadas observaciones consagradas al común de los lectores, acerca del método seguido en la complicación de tan selecto florilegio.
Ese método, que consiste en circunscribir el estudio a un sector del cancionero, eludiente a priori el largo y delicado trabajo de una clasificación definitíva, no representa, sin embargo el ideal que como procedimiento selectivo esperamos habrá de emprenderse un día que esperamos no lejano en el ubérrimo campo de nuestro floklore musical.
Y, en definitiva, ese es también el juicio del autor. Bien lo advierte en el prólogo: "Un cancionero requiere agrupación sistemática de materias de acuerdo con cierta norma clasificadora; no así un ramillete de canciones donde alternan, en concertado desorden, lo grave como lo ligero, lo triste con lo alegre, lo humano con lo divino".
Para aquélla labor ingente, que no podría ser emprendida sino por todo un cuerpo de musicólogos, el P. Jorge de Riezu, por méritos de esta obra que comentamos, tiene bien ganada su credencial.