Hermanos
Niño Garziarena
De pequeño era un niño raro. Tenía metidas hasta el tuétano las ideas de la religión y quería sen bueno-bueno. A los seis años no pensaba aún en la santidad, pero como ya había hecho la comunión me confesaba con regularidad y tenía claro pon momentos que no debía pegar a mi hermano; cuando erraba en mi propósito experimentaba un sincero arrepentimiento y sentía profundamente la necesidad de dejar para siempre de hacerlo.
A los seis años, varón como ahora, acudía no obstante a un colegio de monjas según la costumbre en algunos ambientes de mi comunidad local, esto ocurría hasta alcanzar la edad de la escolarización obligatoria. Una tarde de recreo estaba en el patio de este colegio con mi hermano menor, a quien ahora como antes me siento muy unido, y otra pareja de hermanos apellidados Rica.
Siempre he sido algo pusilánime y poco dado a las peleas, a excepción de las que, como ya he apuntado, protagonizaba con mi hermano menor. Aquella tarde el Rica mayor estaba rabioso por algo, y mientras jugábamos le pegó a mi hermano, no recuerdo el motivo pero supongo que arbitrariamente, sin razón aparente. Recuerdo que surgió en mí un sentimiento de identificación, como si la patada o la torta no sé muy bien qué fue exactamente me la hubiera dado a mí, de manera que hube de responder. En mi inteligencia de aquellos años pensé en hacerle comprender su desacierto, su injusticia, con un acto similar, algo que le hiciera experimentar en carne propia lo desajustado de la agresión cometida. Así que me acerqué a ellos y le di una tonta al menor de los Rica, tal como había hecho el mayor con mi hermano.
Ya digo que aquella tarde creo que llovía, al menos el ambiente era húmedo y el suelo de alquitrán brillaba el mayor de los Rica destilaba un desasosiego poco recomendable para el trato. Incapaz de entender lo que quería comunicarle vino derecho a donde mi hermano pequeño y, sin decir palabra, le dio una torta más fuerte. Mi hermano se echó a llorar y mi impulso por protegerle sangre de mi sangre, llanto de mi llanto me decidió a replicar con la misma contundencia: fui ciego hacia el menor de los Rica y le arreé un guantazo con toda mi furia. Rica el menor lloró con desconsuelo. Y su hermano siguió sin entender lo que al principio, en mi primera réplica, había querido decirle. Así que él siguió y yo seguí...
Eso pasó hace tanto tiempo... cuando las cosas casi no eran decimos ahora, si bien sabemos que entonces eran tanto y eran todo y que ahora se pierden en el recuerdo como nosotros nos vamos perdiendo.
Y si por recuperarlas y ponerlas en circulación buscamos un referente colectivo que dé soporte a esta concreta expeniencia, no se me ocurre otra cosa que, con el paso del tiempo, todos hemos devenido un poco más hermanos pequeños esperando a ver de dónde vienen las tortas, eso sí, con algún hermano mayor siempre presto a restaurar la justicia, a sostener la dinámica que conduzca al equilibrio o al menos a no dejar una sola agresión sin respuesta.
(Aunque esto sólo sea un reflejo leve en la intensidad del deseo, en el dolor del golpe, de otra vivencia primordial casi perdida, inaccesible al reconocimiento).
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