Un dia de oposición
Opositor Garziarena
Uno hace todo tipo de cosas, unas peor y otras no tanto. Un día, en verano, fui a un tribunal de oposiciones, estaba en lista. Hablé delante de seis personas desconocidas casi una hora. Salí satisfecho: mientras hablaba había escrito varias pizarras y el polvo de tiza me llegaba hasta la muñeca. Más que satisfecho, destilaba una pizca de euforia, propia de quien no ha pegado ojo la noche anterior dando los últimos toques a la importante representación que esa mañana de Agosto me aguardaba.
Quince días después, en otra lista colgada en un panel y protegida por cristal, en un pasillo o descansillo cercano al otro lugar del aula del llamado examen oral o prueba oral, aparecía a la derecha de mi nombre un número, cuya parte entera, no obstante haberla oido por teléfono una hora antes, no alcanzaba a relacionar con ninguna experiencia anterior, y en particular con la que hasta aquel día había considerado objeto de cuantificación númerica por los seis desconocidos que al fin del folio firmaban, los miembros del tribunal cuyo número no escribiré. La parte entera, con los tres decimales los dos últimos, ceros que el acta me asignaba no podía guardar relación con aquella especial hora mía de trabajo.
El tema me ha dado que pensar. El elemento distorsionante es que no queda un resto; tratándose de la mayor convocatoria de empleo público de la última década en este país, no queda un resto escrito ni siquiera una magnetofónica sombra sonora de lo que cada individuo que figuraba en la lista de admitidos muchos miles había hecho, de lo que elaboramos frente a la panoplia de augures encargados de emitir el veredicto: ni una prueba; nunca mejor dicho, el silencio.
Tan pasmado estaba, que me dio por escribir. Titulé: seis horas después. Empezaba así: "Seis horas después he pensado varias cosas. La primera, que me sirve de consuelo, es que conservo la vida. Si en lugar de recibir la noticia de que me han puesto un (aquí venía una cifra) coma (aquí venía un número de tres cifras, las dos últimas ceros) en el examen de oposición, alguien me hubiera atacado y golpeado hasta la muerte, la situación ahora sería considerablemente distinta".
Y el segundo párrafo empezaba: "La segunda impresión va en esa línea. Con el mismo criterio con que he sido calificado, ahora podría estar despojado de la libertad y preso en alguna cárcel ignota, anónimo y olvidado...".
Un tono realmente melodramático para una cuestión a todas luces singular y fuertemente cargada de afectos, nada objetiva. Buscando el equilibrio tambaleante en aquella hora de choque en que uno queda bajo el umbral de la justicia arbitraria, no controlable, razonaba sobre mi juicio de realidad, habitualmente ajustado no me suelo equivocar en las previsiones que hago, si bien tengo otros defectos.
De manera que en el sexto párrafo escribía: "Un hecho de este estilo, una agresión sufrida de esta forma, atenta contra la confianza en uno mismo en la misma medida que la represión del franquismo: sientes quebrarse tu juicio de la realidad".
Más tarde, cuando volví mentalmente sobre el tema y para romper con esa línea sobrecargada, recurrí a una fantasía irónica. En la película del recuerdo, veía cómo a la salida de aquel acto oral, la chica joven que actuaba de secretaria del tribunal me había pedido el carnet (momento exacto en que reparé con orgullo en la película de tiza de que envolvía mi mano derecha entera, hasta la muñeca) y me vi sacando con ella el DNI. Pensé con esa ironía ¿obtusa, aguda? del perdedor: "claro, me pidió el carnet y yo le di el DNI: normal".
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