L I T E R A T U R   A L D I Z K A R I E N
G O R D A I L U A

 

 
 

                   - Orrialde nagusira itzuli
                   - Garziarena aldizkaria
                   - Ale honen aurkibidea

                   - Ale honi buruzkoak (azalaren irudia eta fitxa)

Aurreko artikulua— Garziarena Berria-1 (1997-abendua) —Hurrengo artikulua




 

 

—Zerrendak—

 

Dylan, blues del camino

 

Javier Eder

 

Ahora, que hace 20 ó 30 años de casi todo, el nombre de Dylan resuena de nuevo. Tú vas por delante de todos, le dijo Lennon en una ocasión, y él contestó: Sólo os llevo unos veinte minutos de ventaja. Me cogeréis pronto, pero yo seguiré a mi paso. Las canciones de Dylan en los 60, como 40 años antes los blues de Robert Johnson, no hablan de ir por delante, sino de llegar más lejos. ¿Tan lejos como qué o como quién? Algunas canciones de Dylan hablan de Rimbaud: tan lejos como Rimbaud, o sea, hasta el límite y un poco más allá, pasando por Abisinia.

        A los 20 años, Rimbaud pone rumbo a Abisinia, cruza los Alpes andando, atraviesa Italia, es deportado a Marsella y desde allí vuelve al norte de Francia, siempre con la idea fija de proseguir la marcha hacia un confín desconocido. A los 20 años, Robert Johnson, un negro que acaba de estrenar la libertad, aprende a tocar la guitarra con rabia (viejos bluesmen como Son House y Charly Patton se habían burlado de él), recorre el estado de Mississippi y sigue siempre sin detenerse, andando y cantando, hacia Alabama, Tennesse, Lousiana... En sus canciones se pregunta, como Rimbaud en sus poemas, por los límites: límites del dolor y el placer, la amargura y la ternura, el deseo y la ausencia, la esperanza y la angustia.

        A los 37 años, Rimbaud lo ha andado todo, se le gangrena una pierna, vuelve a Marsella y muere. A los 27 años, Robert Johnson ha ido más allá de los límites y un marido loco de celos lo acuchilla. Cuentan que un chaval tan rabioso como Robert Johnson se presentó en el lecho de muerte de Skip James (un alma gemela de la de Johnson) y le preguntó si podía tocar su guitarra. El chaval toco un blues con destreza y preguntó al moribundo: ¿Podré tocar alguna vez como tú? Skip James contestó: Yo he estado en sitios que no puedes imaginar, y siempre fui allí andando.

        A los 27 años, Bob Dylan piensa en ir más allá de los límites de una carretera imaginaria, en Robert Johnson y en Rimbaud. Entonces lo traiciona todo (todo menos el estilo), pone electricidad a su guitarra y en sus canciones crea lo que alguien ha llamado "la república invisible": un territorio de la imaginación donde ensanchar las fronteras de la libertad. A éso otros le llaman el espíritu de los 60, algo que se supone fue traicionado hace años, sin mucho estilo, hasta por el propio Dylan.

        ¿Hizo Dylan bien las cosas? Si Dylan se hubiese matado con la moto, o hubiese desaparecido para siempre en el desierto de Sonora, el tamaño de su leyenda alcanzaría ahora proporciones cósmicas y la beatería dylaniana sería igualmente universal. Hace falta ser mala persona para soltar la pregunta de aquel escritor ampurdanés: ¿Usted cree que Dios hizo bien las cosas? Es una falsa pregunta que conduce a respuestas sin salida. Si respondes que las hizo bien, todo va tan mal como debe ir; si dices que las hizo mal, todo es irremediable. En cualquier caso, parece ser que Dios hizo las cosas en seis días y que al séptimo descansó. En un cuadro de Poussin, Dios aparece tumbado de bruces sobre una nube mullida y desde ese colchón sigue el Falcon Crest de la Historia Sagrada.

        Seis discos le bastaron a Dylan para crear un mundo nuevo. Lo hizo desde la caverna platónica que se ve en su disco The Basement Tapes (Las cintas del sótano). Para su creación se inspiró en semidesconocidos maestros antiguos, como Robert Johnson. El plagio, según Borges, es legítimo siempre que lleve más lejos el original. Dylan copió con brillantez los lamentos (blues) de negros pendencieros como Robert Johnson (igual que Shakespeare había copiado a Christopher Marlowe, un genio muerto a los 28 años en la reyerta de un antro de perdición) y copió las baladas country de sindicalistas blancos y de andarines irredentos como Woody Guthrie. A todo eso le puso electricidad y así nació la república invisible. Desde Dylan, el camina de Abisinia suele hacerse con una Fender en bandolera.

        Dylan, al séptimo disco, pudo haberse tumbado con su armónica en el pikolin que hay a las puertas del cielo, pero encontraba todo insatisfactorio. Ejerció de patriarca de su prole, siguió andando y hasta se adhirió a un grupo de fundamentalistas cristianos para charlar con Dios sobre la marcha de las cosas. Fue inútil. Encontró al de la nube viejo y adormilado. Como Van Morrison, decidió seguir su camino sin maestro, sin método, sin gurús. Hace poco, la sombra Dylan, la mejor imitadora del propio Dylan, tocó ante la representación viva de Dios (un anciano polaco extenuado y ausente que no sale de su siesta) y siguió ruta, siempre sin descansar. Hasta la sombra de Dylan ha estado en sitios inimaginables.

 



Literatur Aldizkarien Gordailua Susa argitaletxearen egitasmoa da.