En el centenario de la muerte de Damaso Legatz
Diario de Noticias, 2001-11-17
Se cumplen hoy cien años del fallecimiento del sacerdote arizkundarra Dámaso Legatz; rector del seminario de Pamplona, miembro de la Asociación Euskara de Navarra, y autor de diversas traducciones religiosas y literarias al euskara, Legatz fue persona de especial interés en la vida cultural navarra de finales del XIX.
De padre aetza, Juan José de Abaurregeina, y de madre baztandarra, Juana Antonia de Elbete, Dámaso Legatz Laurentzena nació en la casa Iturraldea de Arizkun el 11 de diciembre de 1838. Tras estudiar sus primeros latines en casa con un profesor particular ingresó el 11 de noviembre de 1855, gracias a una beca especial, en el seminario de San Juan Bautista de Pamplona. Este seminario, actuales dependencias municipales sitas en la calle del Mercado, fue fundado por los marqueses de Murillo el Cuende, Juan Iturralde y Manuela Munarritz, dotándolo de rentas para que en él pudieran estudiar la carrera eclesiástica doce jóvenes parientes de los fundadores o naturales del valle de Baztan. Desde ese momento el joven Legatz realizó una vertiginosa carrera eclesiástica. Abandonó el seminario de los baztandarrak el 14 de octubre de 1863 para ingresar en el seminario conciliar, casualmente fundado por otro baztanés, el que fuera obispo de Pamplona en la segunda mitad del XVIII el erratzuarra Juan Lorenzo Irigoien Dutari. En su nueva residencia estudió retórica, oratoria, poética, filosofía, teología dogmática y derecho canónico. En 1862, y siendo aún subdiácono, ya fue nombrado sustituto de cátedras de filosofía. Legatz tomó la dignidad sacerdotal de manos del obispo olitense Pedro Uriz Labairu el 30 de mayo de 1863, pasando el 25 de septiembre del mismo año a ser regente de cátedra de filosofía, obteniendo al año siguiente la titularidad de la cátedra de teología dogmática. Al mismo tiempo simultaneó estudios en el seminario de Valencia, doctorándose finalmente en teología el 24 de junio de 1867. Desde el 5 de noviembre de 1866 actuó como secretario conciliar, siendo nombrado el 23 de octubre vicerrector. El 11 de octubre de 1869 se le nombró examinador diocesano, y el 5 de noviembre se le hizo rector del seminario, cargo en el que estuvo hasta su fallecimiento el 17 de noviembre de 1902.
El 29 de enero de 1879 Dámaso Legatz fue hecho miembro de la Junta de Conferencias Morales de la diócesis, y el 24 de julio de 1883 obtuvo por oposición el cargo de canónigo lectoral, esto es, teólogo del cabildo. Hay que decir que previamente, en septiembre de 1879, Legatz había opositado para una canongía en la penitenciaría de Zaragoza, objetivo que no pudo lograr. En cualquier caso, su fama y valía le valieron el ser propuesto para obispo de las sedes de La Habana primero, y de Tarazona después, pero entonces declinó los ofrecimientos, prefiriendo quedarse en su tierra. Como párroco interino de Elizondo permaneció un corto periodo de tiempo, de febrero de 1875 a septiembre de 1876, con motivo de la última guerra carlista, aunque su relación con el valle fue permanente. Así pues, por citar un solo ejemplo, nos queda constancia de una importante predicación realizada por Legatz en Elizondo el 17 de octubre de 1899 ante 7000 personas. En aquella época, el entonces obispo de Pamplona el andaluz Antonio Ruiz-Cabal, siguiendo la creencia general de que el siglo XIX finalizaba en ese año, lo que nos recuerda que las discusiones en torno a si el año 2000 daba paso al cambio de milenio y entrada al siglo XXI no eran del todo nuevas, mandó una circular a los párrocos de Navarra que comenzaba de esta guisa : «Está para terminar el año 1898 y entramos en el último del siglo XIX». Organizó el obispo diversas peregrinaciones y funciones religiosas destinadas a despedir al que había sido tan pernicioso siglo para la religión católica. Cuatro fueron las peregrinaciones principales, a Roncesvalles, a Arellano, a Tafalla y a San Miguel de Aralar. En esta última, celebrada el 25 de agosto, predicó Legatz en euskara ante una multitud de veinte mil personas, eclipsando el éxito de la reciente anterior peregrinación también organizada por el obispo andaluz con motivo del XIII centenario del establecimiento en España de la unidad religiosa bajo el reinado de Recaredo. Otras jornadas memorables de Legatz como predicador fueron sendas rogativas a San Fermín organizadas por el Ayuntamiento de Pamplona en 1885 y 1898. La primera de ellas, celebrada el 29 de julio, tenía como objeto pedir la intercesión del morenico contra la epidemia colérica, mientras que la segunda se realizó en la misma catedral el 21 de abril para pedir la imposible victoria en la guerra de Cuba.
Como presidente de la Biblioteca Católico Propagandística de Pamplona desde su fundación el 3 de mayo de 1891, Legatz fue objeto de un número especial de su órgano, la revista La Avalancha, dedicado a loar su figura con motivo de su fallecimiento. Ya en el número 185 de 24 de noviembre de 1902 la dirección de la revista se hacía eco de la reciente defunción del rector del seminario anunciando que el siguiente número estaría dedicado exclusivamente a su persona. Cumpliendo con lo dicho, el siguiente 8 de diciembre, y coincidiendo con la fiesta de la inmaculada, dogma instaurado por Pío IX, papa que tan bien fue defendido por los católicos vasco-navarros entre los que se encontraba esta Biblioteca Propagandística, se publicaba el número 186 de la revista dedicado enteramente al rector arizkundarra. Aunque La Avalancha se repartía de forma gratuita, para la ocasión se hizo una tirada especial con la que poder atender los muchos pedidos que se preveían, vendiéndose en la imprenta de Erice y García sita en el número 31 de la calle Estafeta al precio de 0'15 pesetas. Comenzaba este número con una editorial al respecto: «La Biblioteca Católico Propagandística está de luto y el presente número de La Avalancha es manifestación del mismo y tributo dedicado a la buena memoria de quien la causa», en la que definían a Legatz como «inteligencia privilegiada, corazón de oro, insigne teólogo, consumado escriturario, orador eminente, antorcha y espejo, luz y sal de la tierra». Puede parecer y es exagerado, pero en este tono fueron redactadas todas y cada una de las colaboraciones de aquel número, algunas expresamente solicitadas desde la redacción y otras voluntariamente enviadas por sus autores.
Entre las colaboraciones las hubo de compañeros de oficio. Así pues escribieron el obispo de Segovia José, quien calificó a Legatz de «teólogo sapientísimo, filósofo profundo, canonista notable, sabio polemista, literato, sociólogo, propagandista incansable de la buena doctrina (...) tal fue el señor Legaz, uno de los hijos más esclarecidos de Navarra, por sus virtudes y por su ciencia». Escribieron también el canónigo penitenciario de Zaragoza Fermín Erize, el canónigo magistral de Ciudad Real Eustaquio Ilundain, el canónigo lectoral de Segovia Eustaquio Jaso, y aunque algo retrasados porque publicaron sus colaboraciones en el siguiente número 187 de 24 de diciembre, el canónigo magistral de Santander Fernando Gurutxarri y el definidor general de los capuchinos fray Angel María de Villaba. Este último, que enviaba su colaboración desde Roma, admitía al respecto de Legatz que «tomó parte activa en la enseñanza y propagación del idioma vascongado» y que «trabajó con entusiasmo en asociaciones fundadas para defender la moral, los fueros y las cristianas costumbres que nos legaron nuestros antepasados».
Desde Madrid escribían Francisco de Paula Arrillaga y el abogado peraltés Miguel Irigarai Gorria, desde Pamplona Luis Etxeberria, Serafín Mata Oneca, el matrimonio formado por Juan Cancio Mena y Francisca Sarasate, ésta hermana del famoso violinista, y Julio Altadill. El que fuera concejal de Pamplona y diputado foral Félix Amorena reproducía una carta enviada por Legatz a los párrocos de Navarra y en la que pedía de éstos el voto para el partido liderado por Nocedal y Navarro Villoslada. El aniztarra Manuel Irigoien Olondritz, quien fuera secretario del valle y autor de una noticias históricas de Baztan publicadas en 1890, recordaba la última entrevista mantenida con el finado el 2 de octubre de 1902, fecha en la que iba de visita a su casa de Arizkun, ya bastante ajado por su avanzada enfermedad.
Mayor interés revisten las colaboraciones remitidas por Estanislao Arantzadi y Juan Iturralde y Suit, este último desde Barcelona. Relataba el primero como Legatz se estrenó como profesor sustituto en el seminario con la clase a la que él acudía. Concretamente contaba la anécdota de cómo en cierta ocasión en que se encontraba totalmente despistado soñando con la caza de pajaricos en las balsas de Mendillorri, siendo preguntado por el profesor, y sin saber el contenido de la pregunta, contestó lo primero que le vino a la mente, respondiendo el maestro a la impertinencia con una magistral lección sobre el significado de la trinidad. Fue la primera toma de contacto entre Arantzadi y Legatz. El abogado estellica no volvió a encontrarse con el baztandarra hasta la creación de la Asociación Euskara. Según él, en esta asociación tan sólo dieron su nombre dos sacerdotes, Esteban Obanos, secretario perpetuo del colegio de abogados de Pamplona y el mismo Legatz. Al respecto del segundo escribía: «Al que la benemérita asociación debe el decidido concurso de sus excepcionales facultades como pensador y filósofo, y como expertísimo en la lengua de nuestros padres, pericia que puso en ejercicio en la rectificación de las traducciones del catecismo, en la redacción de documentos en la lengua euskara y en cuantas ocasiones fue necesario utilizarle». Terminaba Arantzadi con estas palabras de denuncia: «Pobre Dámaso; amó a Navarra sobre todas las cosas de este mundo y días hubo en que este amor le acarreara un aislamiento absoluto porque los suyos no le conocieron. No es nuevo. En Navarra, como en toda la Euskalerria han vivido y muerto en el aislamiento los que, renegando de agramonteses y beaumonteses, ponces y learzas, oñacinos y gamboinos, tirios y troyanos de todas las especies políticas, no han sabido ser más ni otra cosa que navarros y euskaldunas».
Iturralde firmaba un «Al preclaro hijo de Navarra» en el que seguía la tónica general de hueras alabanzas: «Dámaso Legaz era un profundo teólogo, un catedrático sabio e incansable, un filólogo erudito y un eminente orador sagrado, pero predicaba sobre todo con esa avasalladora elocuencia del ejemplo, mil veces más poderosa que la de la palabra», pero en el que confesaba: «pero aparte de esos méritos y de esas cualidades poseía Legaz otra que, lo confieso, atraía de modo excepcional mis simpatías, su amor profundo a nuestra desgraciada tierra, su apego a las costumbres tradicionales de este pueblo, su entusiasmo por las manifestación más genuina del genio de nuestra raza, la prehistórica y venerable lengua bascónica, aquella que el rey D. Sancho llamaba lingua navarrorum. No podemos recordar sin emoción la parte que tomó en las tareas de nuestra malograda Asociación Euskara, la cooperación que prestó a sus certámenes lingüísticos y la bondad con que se dignaba descender hasta nosotros para compartir aquellos trabajos tan poco comprendidos por la mayor parte, y de tanta importancia para la resurrección del viejo espíritu de nuestra tierra. Sus conocimientos sobre el vascuence, que hablaba con elegancia suma, eran vastísimos, y mayores aún su admiración y cariño hacia la moribunda lengua de nuestros abuelos».
Acompañando a los textos de este ejemplar especial de La Avalancha aparecieron diversos poemas de los colaboradores habituales Enrique y Luis, del periodista integrista y padre de la saga capuchina Hilario Olazaran, del también periodista Eustaquio Etxauri, y de Daniel Ziga Maio, autor del libro poético Ráfagas publicado en 1898. Este poeta, del que no existe ningún estudio, merece algún tipo de investigación, máxime cuando es también autor de algunos poemas en euskara, como los aparecidos antes de la guerra en el periódico La Voz de Navarra. Se completaba el ejemplar de La Avalancha con los dibujos de Francisco Etxenike, una partitura de réquiem compuesta expresamente para la ocasión por el músico Joaquín Maia, y una cumplida semblanza biográfica del mismo Legatz con foto y autógrafo del canónigo. Cerraba el número la primera entrega de cinco correspondientes al sermón predicado en la azpeitiarra de San Ignacio de Loiola el 25 de mayo de 1885 con motivo de la finalización de las obras del ala izquierda del colegio.
No son muchos los papales impresos obra de Legatz. En 1890 se dio a la luz el discurso que había pronunciado el primero de octubre con motivo de la inauguración oficial del curso escolar en el seminario conciliar de Pamplona, De seminariorum origine et objecto, impreso en la casa de Labastida Erasun de la capital navarra. Según Pérez Goiena en la recensión pertinente de este documento aparecida en su ensayo de bibliografía navarra, «es una oración clara, ordenada, sencilla, sólo indica o insinúa los argumentos, no los desenvuelve, ni revela grande erudición; el latín es modesto, pero no pedrestre ni rastrero». Se trataba de la primera oración inaugural de curso que realizaba el rector en el seminario pamplonés de San Miguel, pronunciándose desde entonces cada año bien en latín o en castellano, publicándose algunas en el Boletín Eclesiástico de la diócesis, otras como opúsculo aparte como el que nos ocupa, y otras quedando inéditas. Para Pérez Goiena «era un género de literatura importante, porque los profesores encargados de hacerlas desenvolvían materias en que estaban perfectamente impuestos». Uno de los sucesores de esta práctica fue Migel Intxaurrondo Arriaran, autor de un interesante Metodo práctico del euskera publicado en 1928 como manual para las clases de euskara del seminario. El de Arribe pronunció su prédica en el acto de inauguración del curso 1926/27, bajo el significativo título de La iglesia y el euskera: obligación de hablar al pueblo en su lengua nativa y de cultivarla. En el texto publicado se incluían además unos interesantes anexos bibliográficos en los que los seminaristas podían ampliar sus conocimientos sobre la lengua vasca.
En cualquier caso, donde la figura de Legatz brilló realmente con una luz especial fue en el universo del euskara en Navarra, y es por esa labor por lo que en el presente se le homenajea y en el futuro se le recordará. Como afirmaban Arantzadi e Iturralde, y sin demasiada alegría aceptaba el capuchino de Atarrabia, Legatz fue uno de los pocos sacerdotes miembros de la Asociación Euskara desde su fundación en 1877, siendo vice-presidente de la segunda junta superior directiva nombrada para el primer semestre de 1878. Según lo aportado por Arantzadi, puede pensarse que Legatz fue el encargado de traducir los papeles oficiales de la Asociación, empezando por el programa aparecido en el primer número de la revista: «Euscarazco Elcargoaren asmoac diré gordetzea, galtzera utzi gabe, ta edatzea aldaitequen gucian euscarazco mintzairoa, ongui ezagutzea gure aurrecoac itzcuntza eder onequin erran eta eguin dituzten gauza on guztiac, alic onguiena icastea nola dembora gucietan bere indarte ta legue jaquintsuequin arritu cituzten bazter guciac, bizquitartean oitura garbiac beren lan eguiteco ta cantuetan eracusten zutela, eta azquenean Euscal-errien onac aleguin guztiaz obeagotzea». Empero el trabajo de traducción más conocido y por tanto valorado de los realizados por Legatz en el entorno de la Euskara fue la versión de la fábula histórica Los últimos navarros de Campión, siendo publicada en el primer tomo de la revista de la Asociación en 1878 firmada por un escueto Baztander batec. No hay duda de que el autor de esta traducción fue Legatz, pero como para disipar toda reticencia el mismo polígrafo pamplonés escribía en La Avalancha de 8 de junio de 1910: «Comencé a escribir una leyenda bajo el título de los últimos navarros. No la terminé. Dámaso Legaz vertió al baskuence el capítulo denominado El batzarre». Legatz no sólo resultaba una de las persona más cercanas a Campión para realizar la traducción en tanto ambos estaban en el mismo barco de la Asociación, además el tema de la leyenda lo convertía en la persona más adecuada, transcurriendo los hechos de la misma en Baztan: «Elizondon sartzean nabaitu zuten aisa bacela icialdura franco: yende gúcia carricara atraya zagon, an zauden solasean mulzuca barrayatuac, aunitz emaztequic nigar iten zuten, bertze batzuec iduri zuten beren senarrei otoica zaudela, arriscuen batetic alderaci nai baluzquete bezala; mutilec maquilequin armatuac, ta mulzuan bilduac, beguiequin aditzera maten zuten guduari cioten amorio goiztarra, andiagocoei guertaldi on bat man nai baluquete bezala, guerocoac equendaco cirelacoz; batzarreco ezquila gueldi gueldi valleco echera deica zagon». No fue esta la única traducción que el de Arizkun realizara para Campión. También la versión baztanesa de la balada Orreaga, una de las dieciocho variantes navarras de la misma, había sido realizada por Legatz bajo el nuevo título de Oyarria, forma local baztanesa del topónimo Roncesvalles: «Iguzkiak argitzen tu mendiak, Karlomano garaitua iges doaye, bere luma beltz ta bere kapa gorriaikin. Aurrak eta makumeak dantzan dabiltza atsañez beteik Ibañetan. Arrotzik eztá Euskal-Errian, eta menditarren irrintzak zeruraño badoazi». Campión había compuesto esta variante de la famosa leyenda en 1877, y siendo consciente del valor de las variedades lingüísticas de la Alta Navarra, comenzó a recoger las traducciones de este texto a los dialectos literarios y de diversas variantes navarras, publicándolas todas ellas en la imprenta de Joaquín Lorda de Pamplona en 1880.
La traducción al euskara más importante realizada por Legaz fue la del Astete por orden episcopal de Uriz Labairu, Cristauaren icasbidea, Aita Gaspar Astetec eguina cein centzatua eta berretua aguertzen da euscarara biurtua Dre. D. Jose Oliver eta Hurtado Iruñeco Obispo choy arguiaren aguindez bere menecoen oitzaraco, impreso en la pamplonesa de José Lorda en 1880. Aunque apareció sin su firma, nadie desconocía la autoría de la traducción. En el Boletín de la diócesis de 21 de marzo de 1881 se reseñaba la obra en estos términos: «Catecismo del P. Astete traducido al idioma vascongado de orden del señor obispo. Es el más completo de todos los publicados hasta el día, por lo cual se recomienda a los señores párrocos de la montaña procuren propagarlo en sus respectivas feligresías». El mismo Pérez Goiena tuvo altísimas palabras para él: «Puso en su traducción sumo cuidado; sólo este trabajo basta para acreditarle de excelente conocedor de la lengua euskara por la pureza del lenguaje que en él campea». Poco era el euskara que el bibliógrafo de Uharte conocía, por lo que no sabemos como pudo realizar esta afirmación, en cualquier caso, no andaba del todo errado en sus apreciaciones. Comienza el catecismo, pequeño librito en octava de 67 páginas, con unas adevrtencias, «oharpideac» y unas palabras al lector, «Iracurleari», único texto original, esto es, que no ha sido traducido: «Barruti untaco Obispo soll arguiac euscal-errietara eguin duen icustamenan edo visitan, icusi du eztirela berdinac aietan eracusten dirán cristau icasbideac, eta oetatic cembaitetan badirela utsac, andiac ez izanic ere: argatic erabaquitu du biurtu dayen esucarará, mintzo garbian, Jaun Uriz chit gaindi cenaren demboran erdaraz aguertu zen cristau icasbidea. Una badá non duzun, cristau maitea, iztez itz euscaraz paratua erderazco icasbide ori. Itz cembait, erdarazcoac izanic ere, utzi dirá berariaz uquitu gabe. Alaric ere, bear bada arquituco dituzu bein ere aditu ez dituzun euscarazco mintzac: baño zuretaco berriac dirán itz orien ondoan, arquituco dituzu, edo batequin paraturic, gueyenetan usatzen dirán itzac, erdaratic artuac, euscará ederraren calte andiarequin. Guisa untan, aitzinean paratzen datzuten icasbidean, ez ta izanen itzic aditu ez dezaquezunic. Zure otoitzetan esca diozuzu Yaungoicoari eta aren Ama Sainduari cristau icasbide au euscarará itzuli duen euscarazalearentzat».
Dentro de este ámbito Legatz también dio la aprobación y escribió la introducción del catecismo de Juan José Eratsun Mutuberria, Doctrina cristauaren catecismoa guciz ongarai eta arguitu D. Antonio Maria Claret Trajanopolisco Arzobispuác escribittua eta consagratua Españiatico Patrona Maria Santisimaren conceptio guciz garviari Navarraco sacerdote batác uscarara viurtua beré eta nai duten gucien servitzuraco eta moldizdatua Iruñean, Obispo jaunaren eta Elcártasun Uscaren onbaimenarequin, impreso en la pamplonesa de Bescansa en 1881. Este Eratsun había nacido en Saldias en 1821, fue ordenado sacerdote en 1847, asignándosele diez años más tarde la parroquia de su pueblo, donde falleció en 1894. Contrariamente a lo afirmado por Arantzadi en la necrológica de Legatz, Eratsun también fue miembro de la Euskara, presentando a la Asociación tanto el borrador de su catecismo como sus opiniones en punto a la ortografía que se debiera seguir en la práctica escrita vasca. Legatz no estaba del todo de acuerdo con su colega, pero ello no impidió que en el cuarto número de la revista de la Asociación correspondiente a 1881 se publicaran unas notas de Eratsun en defensa del uso de la letra «v». Por otra parte, Eratsun también colaboró con Campión redactando la versión de Orreaga a su euskara, esto es, a la variedad de Basaburua Menor.
El prestigio de Legatz en punto a la lengua vasca fue tal que él fue una de las personas que integraron el tribunal que debía examinar a los opositandos a la cátedra de euskara convocada por la Diputación navarra. También fue requerida su presencia en el jurado de los certámenes literarios y artísticos de Pamplona, concretamente para la sección de literatura vasca. Los certámenes de la capital navarra se realizaron de 1882 a 1886 a imitación de los juegos florales de Abbadia y a propuesta de Iturralde y Suit, entonces concejal del consistorio pamplonés. Los pormenores de la primera edición fueron presentados el 25 de mayo de 1882, y por lo que respecta al euskara se concedían tres premios a una leyenda inspirada en la historia o tradiciones navarras, recayendo el premio en el relato Miluzeko zubiya del guipuzcoano Joaquín Larreta Arzak, a un escrito que estuviera inspirado en las gloriosas empresas y santa muerte de San Francisco de Xabier, al que se presentaron el poema de Claudio Otaegi San Franzisko Jabierko apostoluari alabanzak que logró un accésit y el poema en alto navarro meridional San Francisco Javier Jaunari, nafarraren azkenak, y por último a un escrito que sirviera para alabanza de las instituciones navarras al que no se presentó trabajo alguno; además de los tres citados también se presentó al concurso el trabajo Nere negarra que no fue premiado por no atender a los temas propuestos. El jurado de esta primera edición para las obras en euskara estuvo compuesto, además de Legatz, por Campión y Bruno Etxenike. En 1883 se ofrecieron tan sólo dos premios a trabajos redactados en euskara, uno de ellos para «una composición en vascuence en la que se canten las dulzuras y excelencias de la vida rural de nuestras montañas contraponiéndolas a las miserias y degradaciones que ofrece la emigración a América», siendo premiado el poema de Felipe Arrese Beitia Baserritar baten kantua; el otro premio era para una composición basada en la historia o en un personaje de Navarra, premiándose a Karmelo Etxegarai por su Pedro Bereterrakoari; además de estos dos también se presentaron el poema Zoriontasuna de Otaegi que recibió un accésit, y el relato Euskal Herrian sortzen, Ameriketan iltzen de Etxegarai que obtuvo una mención de honor. En esta ocasión los compañeros de Legatz fueron Serafín Baroja, Joaquín Gastón, y el mismo Etxenike. Para el certamen de 1884 nuevamente fueron tres los temas propuestos para trabajos en euskara. Por una parte se solicitó una «oda en la lengua euskara escrita en verso bascongado», premiándose el poema Euskera ill ezkero de Karmelo Etxegarai y dándose un accésit a Otaegi por Euskarari kantatxoa. Se volvía a presentar el recurridísimo tema de la leyenda basada en las costumbres, lo que ganó Etxegarai con Bizi bedi Nafarroa. El tercer premio era para un cuadro dramático de tema libre en el que tan sólo se dio un accésit a Victoriano Iraola por su Lendabiziko saiua. En 1885 se concedieron tres premios a trabajos en euskara, presentándose un total de ocho, frente a los únicos cuatro trabajos en castellano, lo que llevó a los jueces a decri que desde aquel momento el euskara estaba salvado de su desaparición. Los premios de este año fueron para una «composición en verso bascongado del género bucólico», premiando a Felipe Arrese Beitia por Antxinako denporan y dando a Etxegarai un accésit por Baserriko zoriona, para otra composición de tipo heroico, y para una «poesía escrita en cualquiera de los dialectos de la lengua euskara que no exceda de cincuenta versos y se adapte a la música de una canción del país vasco-navarro», premiándose con una medalla de plata ofrecida por la Asociación Euskara a Karmelo Etxegarai por su composición Euskal Erriyari que puede adaptarse a la música del Gernikako Arbola. La última edición literaria convocada por el ayuntamiento de Pamplona en el XIX fue la de 1886; en esta ocasión se solicitaban trabajos sobre toponimia, del género heroico y de poesía, pero no se presentó ningún trabajo.
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