Num
Mamu-hiru
I
De repente, sintió la necesidad de mirar al cielo y dejarse mojar por la lluvia que comenzaba a caer. Era una lluvia de verano, y sus grandes gotas calientes hacían crepitar a la tierra, de la que manaba una sinfonía suave e íntima, expandiendo su húmedo aroma en el ambiente. A lo lejos, los relámpagos rayaban el cielo púrpura, mientras el sol, perezoso, se reclinaba sobre el horizonte.
¡Num! le llamó la chica de las trenzas, ofreciéndole una copa de vino. El sintió un escalofrío al percibir aquella voz cercana, y sus pensamientos se desvanecieron en el aire como pompas de jabón. Sonrió algo melancólico y aceptó aquella copa, escanciando su contenido y saboreando el frescor que proporcionaba a su paladar.
¡Num! volvió a llamarle la chica con voz tierna, indicándole mediante el brillo de sus ojos azules un sinfín de deseos contenidos. Le agarró de la mano, y él se dejó llevar suavemente.
Un momento susurró Num, dirigiéndose hacia la botella de vino. Mientras la tomaba junto con dos copas, echó una ojeada hacia el grupo de amigos que circundaban la hoguera medio apagada por la lluvia. Todos sin excepción, ayudados por los efectos paradisíacos de ese elixir de vida, se hallaban recostados en el suelo, invadidos por un intenso y cálido placer.
La pareja se separó definitivamente del resto del grupo, encaminándose hacia la parte trasera de la ermita que se hallaba apenas a veinte metros, sobre una pequeña ondulación del terreno. Se sentaron bajo una inmensa haya, y el contacto apasionado de los labios coincidió con la puesta del enorme sol rojo. Entonces él le soltó las trenzas y acarició su rubio cabello y se sintió libre, libre...
Ambos coincidieron en servirse una copa de vino, y brindar por aquella primera noche de amor desenfrenado. Después, él, con movimientos seguros y concretos, fue despojándole de las prendas una tras otra. No pudo reprimir una contracción de placer al acariciar sus perfectas caderas mientras deslizaba las finas braguitas piernas abajo. Ella le dejaba hacer sin oponer resistencia, entregada por completo. Luego llegaron las caricias, los abrazos... Hicieron el amor varias veces. La primera, violenta, fue como la tormenta que descarga toda su pasión en un instante. Las siguientes llegaron a alcanzar mayores cotas de placer aún, en un juego de amor delicado pero intensamente vívido. Y entre medio, el vino ponía en la noche una nota de relax idílico, mientras ella, cerrados sus ojos, sentía en sus hermosos pechos las caricias de su amante. Num, apurando la última copa de vino, y tropezando su mirada lejana en la chica dormida junto a su hombro, recordó aquella canción del poeta:
"Las penas se olvidan bien
perdiendo el conocimiento.
Así, cuando estés triste
echa alcohol a tu cuerpo
hasta que caigas al suelo.
Verás qué bien duermes
lleno de tranquilidad:
De nada te acordarás,
ni de deudas, ni de ofensas,
que para dormir tranquilo
es la base principal.
Ahora sí, cuando despiertes
te has de encontrar más mal.
Pero en ese caso,
te vas hasta la cantina
y la vuelves a empalmar."
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