A partir de la película Waterland
Vicente Garziarena
Algo a partir de la película Watherland (El país del agua), de Stephen Gyllenghaal, basada en el libro de Graham Swift. (Brevemente: un profesor de Historia inglés en Pittsburgh ante el desinterés de sus jóvenes alumnos por la asignatura resuelve cambiar las clases sobre la Revolución Francesa por el relato emocionante y terrible de su infancia, transcurrida en los fens (tierras ganadas al mar) del este de Inglaterra. Cree que estas historias y la Historia se componen de una única materia, si no son la misma cosa).
La Historia, las historias, la historia de todos, la Historia de cada uno. Lo que nos hace: así el cervecero elabora su cerveza, así elabora su vida; así la bebe su hijo, ¡y se emborracha con su propia historia! La Historia, la carne: esa muchacha desnuda de pronto en medio del aula (una alucinación), esa historia de la anguila (un recuerdo). Se confunde a veces lo vivido y lo escuchado: todo son sueños. El niño no nacido, el ahogado, el desaparecido, los que van pasando a la Historia; es decir, los que sobreviven en la cabeza de alguien. "Es el fin de la Historia dice un estudiante, ¿para qué ocuparse de la Revolución Francesa?" "Puede que tengas razón dice el profesor, pero déjame que te cuente algo". Fue así, lo vi, lo viví, miradme, dejad que os lo cuente. La Historia es una historia de muertos, un regalo de los muertos a los vivos. La Historia es una historia de locos, también, porque el mundo es un lugar de locos: sólo uno conoce las verdaderas razones que le mueven a hacer o a dejar de hacer. Este Waterland me recuerda al país de Cañas y Barro, el mío, y me hace pensar en la lejana China. Nos une el agua. El agua, que da la vida y la forma; que mata. El hombre, hecho de agua. La historia (lo dicen los fósiles) empezó en el agua. Las historias se repiten, contadas por distintas bocas, viajan a través del tiempo y el espacio. No sobrevivirán al hombre, morirán con él. Por eso (hoy mismo) contémonos las historias, soltémoslas de una vez, que sean troncos sobre el agua y transportémonos con ellas. Reunámonos y contemos alrededor de un tronco ardiendo. Ardamos. No vamos a enseñar nada, no vamos a aprender más, no nos vamos a quedar más tranquilos. Sin un fin definido, con el único móvil de la curiosidad. Los niños juegan en secreto a enseñarse el sexo, los mayores a veces juegan en secreto a enseñarse sus historias.
|